martes, 17 de junio de 2025

Ptolomeo, Alfonso y Arzachel: Crónicas de piedra en el corazón de la Luna

 

Por Marcelo Mojica- Club de Astronomía Icarus

Hay noches en las que el alma necesita mirar hacia arriba. En ese inmenso océano de negrura salpicado de luces, la Luna se alza como un archivo fósil del sistema solar, una crónica de impactos, fuegos internos y silencio cósmico. No hay rincón de su superficie que no cuente una historia, pero hay lugares donde esas historias alcanzan una intensidad especial. En el altiplano lunar, en la región central sur, tres cráteres se destacan como monumentos inmortales: Ptolomeo, Alfonso y Arzachel. Juntos componen un mosaico geológico de enorme belleza y significado científico. Fig.1.

La ubicación privilegiada: entre la historia y la geometría lunar

Estos tres cráteres se sitúan justo al sur del Mare Nubium y del Mare Imbrium, en una zona montañosa, accidentada y llena de historia lunar. Están alineados en dirección norte-sur en una disposición casi perfecta, que los convierte en una referencia icónica para cualquier astrónomo aficionado.

  • Ptolomeo (Ptolemaeus): 9.3° S, 1.9° W
  • Alfonso (Alphonsus): 13.4° S, 3.2° W
  • Arzachel: 18.2° S, 1.9° W

Esta alineación los convierte en una de las formaciones más fotogénicas del altiplano. Son visibles con gran claridad entre los días 6 y 8 del ciclo lunar (primer cuarto), cuando la luz del Sol incide en un ángulo bajo y resalta las sombras de sus muros y terrazas. También pueden observarse de nuevo, con sombras invertidas, entre los días 21 y 23 del ciclo, cerca del último cuarto. [1]

Fig 1. Imagen obtenida con un telescopio Maksutov de 90mm y una focal F/1250mm. 19/ene/2024

 


Ptolomeo: La reliquia del tiempo lunar

Ptolomeo es el mayor y más antiguo de los tres. Con un diámetro de 154 km, es un cráter de impacto del periodo Nectárico, formado hace más de 3.9 mil millones de años. Su apariencia actual es el resultado de una erosión lenta pero constante, que lo ha transformado en un relicario lunar.

  • Profundidad: apenas 2.4 km, debido a que su fondo fue cubierto por lavas basálticas que suavizaron su relieve original.
  • Morfología: el borde norte está colapsado, y el sur muestra múltiples impactos secundarios. El fondo, plano y oscuro, presenta cráteres secundarios como Ammonius (9 km), que se formó posteriormente.
  • Sin pico central, lo que indica un colapso posterior al impacto original.

Ptolomeo se destaca por ser un “cráter fantasma”, es decir, su contorno es tan degradado que parece más una mancha oscura en la Luna que una depresión real. Su interior, sin terrazas ni pico central, puede parecer simple al principio, pero bajo buena óptica revela grietas, relieves y estructuras menores que delatan su vejez.

Este cráter es ideal para observar con telescopios de 100 mm de apertura o más. Con un Mak de 150 mm a 500x, los sutiles detalles topográficos se hacen tan presentes que el observador puede sentir que está sobrevolando el terreno. [2]

 

Alfonso: El cráter que respira misterio

Alphonsus es un cráter del periodo Imbriense, más joven que Ptolomeo. Su diámetro de 118 km lo convierte en una estructura importante, pero es su interior lo que realmente fascina a los astrónomos.

  • Profundidad: alrededor de 2.7 km.
  • Pico central bien definido, rodeado por una serie de fisuras radiales y domos bajos.
  • En su fondo se observan oscuros depósitos piroclásticos, que han llevado a teorizar sobre posible actividad volcánica residual.

Pero lo que hace único a Alfonso es su conexión con los Fenómenos Lunares Transitorios (TLPs). Desde mediados del siglo XX, varios astrónomos —entre ellos el equipo de Kozyrev en 1958— reportaron brillos, nubes y destellos de color rojizo en su interior. Kozyrev llegó a fotografiar lo que interpretó como una nube de gas. Estas observaciones llevaron a que, durante el programa Apolo, se lo incluyera en la lista de zonas de posible interés para la detección de actividad lunar reciente.

Hoy se cree que estos fenómenos pueden deberse a desgasificaciones menores, liberación de radón o incluso al impacto de micrometeoritos. No obstante, el aura de misterio persiste. Observar Alfonso bajo buenos aumentos es como abrir un libro antiguo con páginas sin traducir. [3]

Además, es uno de los mejores ejemplos para estudiar la transición entre impactos y volcanismo lunar, ya que presenta características de ambos procesos. A través de un Maksutov de 150 mm, pueden apreciarse las grietas y depresiones con un realismo asombroso.

 

Arzachel: Juventud y violencia congeladas en piedra

Arzachel, el más joven y estructuralmente imponente del trío, posee un diámetro de 96 km y una profundidad de 3.6 km, lo que lo convierte en un cráter de libro de texto.

  • Periodo de formación: Eratosteniano, alrededor de 3.2 mil millones de años.
  • Terrazas internas marcadas, resultado de deslizamientos durante el colapso de las paredes tras el impacto.
  • Pico central elevado, de unos 1.5 km de altura.
  • El suelo presenta fracturas, indicativas de relajación estructural y de enfriamiento de lava posterior.

Arzachel es un favorito entre los astrofotógrafos por su contraste visual. Su estructura tridimensional se resalta magníficamente con iluminación lateral. Además, su cercanía a la cadena de montañas llamada Montes Riphaeus y a la rima de Alphonsus aumenta su valor paisajístico.

Es uno de los pocos cráteres en los que los detalles estructurales menores —como microcráteres, fracturas y terrazas— pueden apreciarse con claridad, incluso a 300x de aumento. Con telescopios grandes, su contemplación produce una fuerte impresión: no es solo una forma, es un evento congelado. [4]

 

Instrumentos y experiencia observacional

Muchos se sorprenden al saber que este trío puede observarse con un telescopio modesto. Un refractor de 60 mm de apertura es suficiente para distinguir sus contornos y ubicar su alineación. Pero para acceder a los detalles finos —las grietas de Alfonso, las terrazas de Arzachel, los cráteres menores dentro de Ptolomeo— se recomienda al menos un refractor de 100 mm o un Maksutov de 90 mm.

La experiencia se transforma completamente con un Mak de 150 mm, un instrumento que puede alcanzar con facilidad los 500 aumentos bajo cielos estables. En esas condiciones, las estructuras saltan a la vista con una nitidez que corta la respiración. Ver las paredes de Arzachel o el pequeño cráter Ammonius en Ptolomeo a ese nivel es un viaje visual en el tiempo, hacia los días en que los meteoritos llovían sobre la Luna con furia primordial.

 

De volcanes a impactos: evolución del conocimiento

En 1874, los astrónomos James Nasmyth y James Carpenter publicaron el bellísimo libro “The Moon: Considered as a Planet, a World, and a Satellite”. En él, sostenían que la mayoría de los cráteres lunares eran de origen volcánico, comparándolos con calderas terrestres. Esta hipótesis predominó durante décadas.

Hoy sabemos que más del 95% de los cráteres lunares son producto de impactos, no de volcanismo. Pero el error de Nasmyth y Carpenter es comprensible. En aquel entonces, los impactos masivos no eran una idea aceptada por la geología. De hecho, fue solo con las misiones Apolo y los estudios posteriores que se confirmó el origen violento de la mayoría de las estructuras lunares.

Curiosamente, Alfonso es uno de los pocos cráteres que sí muestran señales de actividad volcánica secundaria, lo que en cierta forma reivindica parcialmente aquella antigua hipótesis.

Veamos un poco de este libro:

La porción de la superficie lunar comprendida dentro de los límites de esta ilustración, al estar situada casi en el centro del disco lunar, está en una posición muy favorable para revelar la multitud de características y detalles interesantes que allí se representan. Consisten en todo tipo de cráteres volcánicos, desde «Ptolomeo», cuya vasta muralla tiene ochenta y seis millas de diámetro, hasta aquellos cuyas dimensiones son, comparativamente, tan diminutas que los sitúan en los límites extremos de la visibilidad

Alphons y Arzachael, dos de los siguientes cráteres más grandes en nuestra ilustración, situados inmediatamente encima de Ptolomeo, tienen un diámetro de sesenta y ochenta kilómetros respectivamente, y poseen, en un grado notable, todos los rasgos característicos distintivos de los cráteres lunares, con magníficos conos centrales, elevadas murallas irregulares, junto con manifestaciones muy llamativas de formaciones de deslizamientos de tierra, como las que aparecen en las grandes terrazas segmentarias dentro de sus murallas, junto con varios cráteres menores interpolados en su meseta. "Alphons", el cráter central de este magnífico grupo, se distingue especialmente por varias grietas o abismos de una milla de ancho, cuya dirección o rumbo coincide de forma notable con otras grietas similares que forman rasgos notables entre la multitud de detalles interesantes comprendidos en nuestra ilustración. El más notable de estos es un enorme acantilado recto que recorre el diámetro de una formación circular de cresta baja, que se ve en la esquina superior derecha de nuestra lámina. Este gran acantilado tiene sesenta millas de largo y entre 1000 y 2000 pies de altura; es un objeto bien conocido por los observadores lunares y se le ha denominado "El Ferrocarril" debido a su rectitud, como lo revela la distintiva sombra que proyecta sobre la meseta al observarse desde el amanecer.

 

Sin embargo, aún hay algo mucho más fascinante en su trabajo, y es lo que hicieron para obtener las láminas de su libro, veamos un poco más…

 

Para presentar estas ilustraciones con la mayor aproximación posible a la integridad absoluta de los objetos originales, se nos ocurrió la idea de que al convertir los dibujos en modelos que, al colocarlos bajo los rayos del sol, reprodujeran fielmente los efectos lunares de luz y sombra, y luego fotografiar los modelos así tratados, produciríamos representaciones muy fieles del original. El resultado fue en todos los sentidos muy satisfactorio y ha producido imágenes de los detalles de la superficie lunar que confiamos plenamente en presentar a aquellos de nuestros lectores que hayan realizado un estudio especial sobre el tema. Se espera que aquellos que no hayan tenido la oportunidad de familiarizarse íntimamente con los detalles de la superficie lunar puedan hacerlo con la ayuda de estas ilustraciones. Fig.2. [5]

 


Fig 2. Fotografía del modelo realizado por Nasmyth y Carpenter

 

Reflexión final: escuchar la Luna

Observar los cráteres Ptolomeo, Alfonso y Arzachel es más que una actividad astronómica. Es una forma de conectar con las heridas más antiguas del sistema solar. Es sentir el eco de cataclismos pasados que moldearon un mundo sin atmósfera, sin viento, sin olvido.

Son cicatrices bellas, silenciosas, eternas. Bajo la óptica precisa y con el corazón abierto, estos cráteres no son solo relieves: son monumentos a la resistencia, a la memoria y al asombro.

Quien se detiene a observarlos con paciencia y respeto no vuelve igual. Porque en la superficie de la Luna, también uno encuentra las huellas de sí mismo.

Bibliografía

1.      Virtual Moon Atlas V8.2.  Freeware

2.      https://es.wikipedia.org/wiki/Ptolemaeus_(cr%C3%A1ter)

3.      https://es.wikipedia.org/wiki/Alphonsus

4.      https://es.wikipedia.org/wiki/Arzachel_(cr%C3%A1ter)

5.       “The Moon: Considered as a Planet, a World, and a Satellite”, 1874. Second Edition, James Nasmyth y James Carpenter.

 

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