viernes, 24 de octubre de 2025

Bajo la luz de los antiguos: Stöfler, Walter y Regiomontanus

 

(Marcelo Mojica – Club Icarus)

 Hay noches en que el telescopio, por pequeño que sea, se convierte en un instrumento de comunión. Basta un Maksutov-Cassegrain de 90 mm, un cielo despejado y un poco de paciencia para viajar, sin moverse del patio, hacia las cicatrices más antiguas de la Luna. Entre las vastas llanuras del sur lunar —una región compleja y envejecida, llena de sombras y elevaciones quebradas— reposan tres cráteres que cuentan una historia de impactos, tiempo y silencio: Stöfler, Walter y Regiomontanus.

La geografía de los sabios



Fig.1.- Se observan los cráteres Stofler, Walter y Regiomontanus, mostrando sus características tan acogedoras.  Imagen obtenida con un Mak de 90mm y una focal de 1200mm y filtro IR, el 19/ene/24 a horas 01:45 UT con un s= 3/10 y un t= 2/6

 

Estos tres cráteres forman un triángulo reconocible en el cuadrante sur de la Luna, próximos al borde sur del Mare Nubium.

  • Stöfler (centro selenográfico: 41.1° S, 6.2° E)
  • Walter (33.0° S, 1.0° E)
  • Regiomontanus (28.3° S, 1.0° E)

Se encuentran mejor observables entre los días 6 y 12 del ciclo lunar, cuando el terminador —esa frontera de luz y sombra que avanza lentamente sobre el disco— resalta sus relieves con un dramatismo casi escultórico. En esas noches, el Sol rasante ilumina los picos y paredes de los cráteres, proyectando sombras que se alargan como dedos antiguos sobre la superficie. [1]

Walter: el eco de una montaña interior

De los tres, Walter es quizá el más majestuoso. Su borde está erosionado, sus muros parcialmente colapsados, pero en su centro se alza un conjunto de picos centrales impresionantes, producto del rebote del suelo lunar tras el impacto que lo formó hace más de mil millones de años.
El pico central principal alcanza una altura cercana a los 2.7 kilómetros, un coloso diminuto a la escala terrestre, pero imponente bajo la mirada de un telescopio pequeño. Al observarlo, se tiene la sensación de contemplar un altar de piedra, levantado en mitad de un desierto sin aire. En noches de buena estabilidad atmosférica, esos picos parecen encenderse brevemente, devolviendo la luz del Sol como brasas blancas. [1]

Regiomontanus: la herida del tiempo

Más al norte yace Regiomontanus, un cráter de unos 110 km de diámetro, cuyos muros han sido invadidos y rotos por impactos posteriores. El más notorio de ellos es Purbach, que destruyó parte de su borde noroeste, superponiéndose como una ola pétrea que devoró su estructura original.
En su interior se distinguen varios cráteres secundarios, dispersos como memorias de impactos menores. Observarlos con un telescopio modesto es un desafío gratificante: aparecen y desaparecen con los cambios de luz, revelando el dinamismo de un paisaje que, aunque inmóvil, nunca deja de transformarse bajo el juego del claroscuro lunar. [1]

Stöfler: el testigo silencioso

Finalmente, Stöfler, el más antiguo de los tres, muestra las huellas de incontables impactos posteriores. Su borde está fragmentado, interrumpido por una multitud de cráteres pequeños que lo invaden, como si el tiempo mismo se hubiera ensañado con su estructura. El cráter Faraday, por ejemplo, corta su muro occidental, y a su alrededor proliferan decenas de pequeños círculos brillantes que hablan de una superficie castigada por millones de años de bombardeo cósmico.
A través de un modesto telescopio, Stöfler ofrece una lección de humildad: lo que una vez fue un coloso, hoy es un mosaico de heridas superpuestas, un registro geológico del paso de los eones. [1]

El acto de mirar

Observar esta región —la tríada de Stöfler, Walter y Regiomontanus— no es solo un ejercicio astronómico: es una experiencia casi espiritual. Cada noche de observación es distinta; cada sombra, una historia nueva. No importa el tamaño del telescopio, sino la disposición del alma ante el misterio. Cuando el ojo se posa en el ocular y la Luna se revela en matices de gris, comprendemos algo profundo: que, en esa esfera luminosa, tan lejana y tan cercana, está escrita también nuestra propia historia de curiosidad y asombro.

Así que, si la próxima noche está clara y la Luna ronda su primer cuarto creciente, apunta tu pequeño Mak hacia el sur lunar. Déjate envolver por la luz plateada y silenciosa, y contempla —aunque sea por unos minutos— el testimonio de los siglos grabado en la piedra sin aire.
Porque mirar la Luna no es solo observar: es recordar que el Universo aún nos invita a sentir.

Bibliografía

1.      Virtual Moon Atlas V8.2.  Freeware.

Aclaración:

En el Virtual Moon Atlas existe un otro cráter, que es pequeño, denominado “Walter” en Mare Imbrium, el que se nombra en éste artículo está como “Walther” en dicho Atlas.

 

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