Traducción
del artículo “COPERNICUS EN EL TERMINADOR EN “SELENOGRAPHIA” DE JOHANNES
HEVELIUS”, por Alberto Anunziato y Juan Manuel Biagi, aparecido en la edición
de octubre de 2018 de “The Lunar Observer”
Uno
de los libros astronómicos más apasionantes es sin dudas “Selenographia” de Johannes
Hevelius. Si bien no fue el primer atlas lunar (el de Francesco Fontana se
publicó un año antes) fue el más influyente por más de un siglo. Sus cuatro
mapas generales de la Luna y sus cuarenta dibujos de las distintas fases de la
lunación, todos acompañados de minuciosas descripciones producto de sus observaciones
entre noviembre de 1643 y abril de 1645, solo fueron superadas por los
selenógrafos del siglo XIX. Auténtico fruto de la era de los descubrimientos,
las observaciones de Hevelius descubrían un nuevo mundo, totalmente distinto a
la concepción aristotélica de la Luna lisa y brillante que Galileo Galilei
había dinamitado con sus observaciones telescópicas de 1609. En este libro de
1647 el paradigma de la Luna es el de un mundo similar a nuestra Tierra (“La
Luna puede llamarse con fundamento “Antitierra”, pues es similar a nuestra
Tierra con océanos, islas, pantanos, campos, montes y valles”, página 225). De
hecho, la concepción barroca de una Luna que podría estar habitada como en el
“Viaje a la Luna” de Cyrano de Bergerac se apoya científicamente en nuestro
autor. Pero no se trata solamente de un mero atlas, sino que también es un
compendio de las teorías sobre la constitución de nuestro satélite, desde los
griegos hasta el estado del arte de la época. Además el autor nos cuenta como
construyó sus telescopios, como realizaba las observaciones e incluso como
lidiaba con lo que los observadores lunares conocemos muy bien: las
limitaciones de nuestros dibujos respecto a lo que observamos con nuestros ojos
(“comprenderás cuanta atención y diligencia del dibujante se necesitan… el
cultor de la astronomía sabe que más importante que los ojos son las manos para
dibujar lo que aquellos ven”, páginas 210/211). Hevelius fue el primero en
comprender la importancia del conocimiento de la geografía terrestre para
entender el nuevo mundo y de la necesidad de una nomenclatura científica común
que permitiera la comunicabilidad de las observaciones “no habría astronomía si
no pudiéramos distinguir los astros con un nombre propio”, página 223).
Desistió de su idea de usar nombres de astrónomos antiguos y modernos y propuso
nombrar los accidentes geográficos lunares con nombres de los accidentes
geográficos terrestres, para evitar “la envidia y la enemistad” que pudieran
suscitarse por sus olvidos u omisiones (años después Giovanni Riccioli no tuvo
el mismo temor y nos legó la nomenclatura actual).
El
capítulo que elegimos para traducir (“Caput XX”, páginas 344/345) ilustra dos
cuestiones teóricas importantes al momento de la publicación de nuestra obra:
la existencia de montañas en la Luna y la naturaleza de las grandes manchas
(nuestros maria). Ya Galileo había deducido la existencia de montañas de la
forma de las sombras en la zona del terminador. Al momento de la lunación
(colongitud 21.6º, 68.4º de iluminación) al que se refiere Hevelius en el
capítulo que tradujimos el terminador cruza recto por Mare Imbrium. Galileo
había reflexionado sobre la naturaleza de las “maculas magnas” (grandes manchas
oscuras): ¿eran selvas? ¿eran mares, como había pensado en un principio? En
“Dialogo dei massimi sistemi” asegura que son llanuras (páginas 136/137).
Hevelius parece no arriesgar juicio en el capítulo traducido: “Per aquas, aut
si mavelis, per spatiosissimam quandam planitiem”(“ por aguas o, si se quiere,
por espaciosas llanuras”, página 344), quizás por respeto a su venerado
Galileo, pero para él “la superficie iluminada de la Luna es tierra, las
grandes zonas oscuras son aguas” (página 151), citando a Kepler. La descripción
de la zona en la que el terminador es recto comienza desde el norte del Mare
Imbrium (Mediterraneum) pasando por los Montes Recti (Insula Majorica), el
nimbo de Copernicus (Sicilia), y Bullialdus (Insula Creta). En la nomenclatura de Hevelius Mons Aetna es
el cráter Copernicus y su nimbo se llama Insula Sicilia. Copernicus sirve como
argumento para probar la existencia de montañas: si pertenece a la parte
continental (hoy diríamos “tierras altas”) debería ser brillante pero el valle
(el cráter) se ve oscuro por las sombras que proyectan los montes que lo
circundan (hoy diríamos sus paredes).
“Si hay un momento en el que el confín entre
las partes oscuras y las iluminadas (terminador) se dibuja de manera regular y
mínimamente rugoso y sinuoso, ciertamente es en esta fase, en la que se
distingue claramente como corta el Mare Mediterraneum alrededor de la Insula
Majórica, Sicilia, Zacynthum e intersecta Creta, entonces se puede observar la
más larga línea que cruce un mar lunar. Por los lugares que cruza dicha línea,
casi siempre por aguas o, si se quiere, por espaciosas llanuras, dicha línea se
extiende precisa, muy recta y muy plana. Las áreas menores que brillan fuera de
la zona del terminador son las cumbres de montañas e islas. El gran círculo
brillante en el centro aproximado de la zona iluminada es el Mons Aetna de
Sicilia, cuyo valle en este momento está completamente oscuro, nunca se lo
podrá ver más oscuro, ya que el Sol (hablando con propiedad) se está levantando
y solamente las pendientes de éstos montes toca ligeramente con su luz. Esta
Isla Sicilia precisamente en esta fase aparece más oscura, al punto de que no
hay gran diferencia entre su coloración y la del Mare Mediterraneum. Nos
preguntamos: ¿cuál será la causa de que aparezca bastante más oscura de lo que
debería, siendo parte de la parte continental de la Luna? Podemos responder que
esto se produce porque la “Terra Lunae”, más que un cuerpo opaco, refleja los
rayos del Sol con más eficacia y puede aparecer más brillante, ocultando
innumerables y diversísimos montes que, parte en las islas vecinas, parte en la
misma Sicilia, en gran número se pueden observar, de los cuales sin duda hay
muchos en ese lugar: En verdad cuanto más pequeño sean menos se puede discernir
su aspecto. Estos montes, tan cercanos al terminador que proyectan una enorme y
oscurísima sombra en éste momento, como en toda Sicilia son innumerables y de
diversas alturas, crean una sombra casi continua, que es el motivo por el que
vemos a esta ínsula en la más completa oscuridad. A lo que se puede responder: si
lo que se refirió tiene fundamento es necesario que Insula Sicilia con Luna
Creciente aparezca más clara y luminosa, porque las sombras decrecen en
relación a un Sol cada vez más alto; no puede ser de otro modo, como demostraré
con observaciones precisas con Luna Creciente y Menguante. De la misma manera,
en Luna Creciente la Insula Sicilia es más clara y luminosa y al contrario, en
Luna Menguante cada día paulatinamente se vuelve más oscura, como puede verse
en las fases 15, 16, 17, 18 y 19. En
Plenilunio y poco después es muy clara. Cuando empiezan las fases decrecientes
como la 26, lenta y regularmente comienza a oscurecerse hasta llegar a las
fases 34 y 35, cuando aparece nuevamente oscurísima, porque una vez más se encuentra
entonces en el terminador. Por esto el terminador por debajo de Sicilia no se
observa plano y liso, como se lo observa cuando se extiende por aguas o
planicies, sino que cuando pasa por las cercanías de Creta y el Monte Sepher
necesariamente es sinuoso”.
Basta una comparación entre la carta lunar que
acompaña nuestro capítulo XX (Figura 1), testimonio de la observación lunar del
19 de diciembre de 1643 a las 10.00 pm hora de Danzig, y la imagen obtenida con
el software Virtual Moon Atlas, que representa con imágenes obtenidas por la
sonda Lunar Reconnaissance Orbiter la misma fecha y hora de la observación de
Hevelius (Figura 2).
Lo
primero que impresiona es la habilidad de observación y de dibujo de nuestro
autor con telescopio de muy escaso poder resolutivo. Este análisis
impresionista resulta confirmado por el estudio de Rodolfo Calanca que muestra
que los mapas de Hevelius tienen un error medio de distancia entre cráteres
sólo superior al mapa de Geminiano Montanari de 1662, realizado con ayuda del recientemente
inventado retículo, son incluso más precisos que los mapas de Grimaldi,
aparecidos en 1651 en el “Almagestum novum”, trazados sobre la base de las
cartas de Hevelius.
Bibliografía:
Calanca, Rodolfo. La Luna nell’immaginario seicentesco. Parte
V. en: www.win.eanweb.com/selenografia_parte_5.htm
Galileo Galilei. Dialogo dei massimi sistemi. Rizzoli
Editore. Milano, 1959.
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